sábado, 23 de junio de 2007

RETRATO DEL DÍSCOLO DE LA INTELECTUALIDAD

Ya no le preocupa ser hombre o simio, y no es por contravenir la moral de la evolución. Ya no le importa vestir abrigado o sentir el frío como un vagabundo sin causa.

Cafés, universidades, iglesias, salones de pool, bancos. Donde empolle sus nalgas rectilíneas, le seguirá su sombra mal teñida.

Cuando sabía su edad, estudiaba y leía, siguiendo la pantalla bicolor y la senda del intelectual ingrávido, continuando la numerología natal, la historia oficial. Amigos, floreros y estatuas le rodearon desde el día en que empezó a tomar té y dejó de mascarse las uñas. Así se irguió, se le confundieron las caras y las medallas, se alimentó de yerbas, de fondos negros, de ideas paridas a la fuerza. Un par de veces se enamoró, eso se le nota en su forma de caminar, siempre con las manos en los bolsillos para no deambular entumiendo el reloj.

No sabe qué gusto escoger, entre los que eran suyos y los que dejaron de ser suyos. Olvidó la propiedad sin memorizar siquiera un verso en castellano, o habiendo adquirido en alguna Feria del Libro la amnesia de cada letra que destila cochambre criolla.

No sabe qué gusto escoger entre todas las vitrinas, si la capacidad desabrida de los autos vacíos o el ripio reggaetón y moreno, renglón de Lemebel; si los gatos y el tierno runrún de felpa (aromatizado con la fragancia del paraíso perdido) o el golpe machón de la Mujer Chilena ante cualquier desagravio del hombre umbilical.

Aún si no importara, porque parece no importarle, escupe, apátrida, las bandas presidenciales, los uniformes ajustados, los ismos del arte, del tiempo y la política, incluido el abismo, pero por más que se rasque la piel, ni las drogas lo separan de Bartok, del delicado reflejo real de Las Meninas, de la filia carnosa a los vientres de madera, a las refinadas colecciones, a los metros cuadrados que sobran.

Vodka tónica en tazas de leche para las reuniones del círculo pensante, la cúpula del quinto quintil, la clase media media media alta, pero medio alta nomás, de la cual él es miembro honorario, socio fundador, caballero por juramento, donde, aunque no hablen de filosofía, se embriagan y por sus poros enrojecidos vuela la misoginia reprimida: Por qué son tan necesarias -como si lo dijera un camionero frente a un altar-. Crispados, maldicen a los poderes y a las policías, alabando con voz suave a los encapuchados. Su sueño es fumar opio y olvidar la palabra olvido. Olvidar, siempre olvidar. Las fechas, los himnos, las marchas, las canciones, los libros. Todo al olvido desde un departamento calefaccionado, pues desde otro lugar no se puede pensar tan bien.

El rosicler de la almohada, que es la única eternidad que él conoce, le cachetea. Levántase y anda. Ahí el asco del tufo a licor caro, el apego fantasmal a las matanzas olvidadas. Pero puta, cómo amar al proletariado, que para él, lo mismo que el chicle, se disfruta su sabor inicial y cuando lo pierde se hace inútil y hay que botarlo. Pero puta, igual quería un chicle para sacarse de las encías el sabor a brindis burgués, a la ebria blasfemia en francés, para recuperar esas caras de las que se olvidó.

Encarecidamente para recordar las caras olvidadas.


(Junio de 2007)

domingo, 3 de junio de 2007

DE LAS HERIDAS Y EL HOMBRE

Cuáles heridas tienes tú. Cuántas soberbias.
Te orean las escamas con vientos coloniales
y al final respiras faciéndole caso al patrón.

Cuáles de aquellas heridas se han descosido,
se les ha ido el punto hasta perderse adentro
de la inmensa carne cañaveral tuya, herida.

Muchas se han repartido a lo largo y ancho
del cuerpo que usas, de las manos con que trabajas,
de tus sentidos satelitales, tangentes.

Las soldadoras y los matinales son tus burkas.
También dan el calorcito que hace respirar por la nariz,
y la boca cerrada sólo para comer recalentado.

Son malas las personas que te pueblan el derredor,
conversan con el diario igual que tú, los escolares
gritan y soplan el pito de los papeles de dulce.

Generalmente es de noche, todos lo sabemos.
Tú, patriarca llegas exhausto y hay que entender,
potestad de potestades los minutos en familia.

Después de contar hasta tres con la señora esposa,
aunque a veces es menos (el lactante es el que ama),
puedes rezar o recibir televisión del televisor.

Como ya no hay guateros blindados en toallas,
hay que quemarse los pies con agua bullendo
para despertar bien despierto al calendario.

Las uñas crecen para año nuevo y para el dieciocho.
A nosotros se nos secan las hojas de los cuadernos,
todas las palabras escritas se resquebrajan.

Las uñas te van a crecer aún mascadas y torturadas.
Saldrán de tus dedos agrícolas, nuevas y limpias,
otras uñas, siempre veces, naciéndose a sí mismas.

De las heridas y los látigos poco puedo clamar,
salvo nuestro estornudo del deseo en las autopistas
y las piedras que van a dar vuelta todas las tortillas.


(Junio de 2007)