sábado, 31 de mayo de 2008

No quiero esconderme más en las palabras. Hoy quiero ser explícito.

No es que se nos haya acabado lo que tenemos que decir. No es que no haya necesidad de decirlo. Es que, digamos lo que digamos, nunca va a poder ser lo que queramos que se diga. Ningún símbolo puede ser representado por dos imágenes idénticas en los cerebros de dos individuos que los perciban. No hay homología entre lo que se piensa y lo que se expresa. Toda comunicación es una mentira, una exageración, una sutileza, un error. Todo: todas las palabras, las líneas, los números y cualquier onda que quiera hablar. Wall Street, el amor, la muerte, la guerra civil, el orgasmo, las cuarenta páginas de mi electroencéfalograma. Hasta esto, que ni mucho fuera.

Pero el silencio también miente. Ni siquiera callar vale la pena.

Por eso hoy quiero ser explícito. Porque siento la necesidad de decir que te quiero. Quiero decir "digamos que te quiero". Con toda la veracidad de una fotografía. Digamos que te quiero con toda la veracidad de una fotografía. Digamos que estoy enamorado de todos los puntos que hay entre dos de tus lunares. Que en todos mis viajes recuerdo el arco de tu vientre termal. Y me hago parte de él, como cuando tú masticas las hormigas que salen de mis poros.

Pensemos que (aun esto un cuadrante: un casillero del ajedrez, del cual nos moveremos en algún momento, quizás juntos, quizás solos) nos desplazaremos; nunca tendremos abandono. Habrá lugares adonde podremos volver un poquito, cuando los relojes suenen todos al mismo tiempo. Varios de esos lugares que sólo existen en la materia como mielina.

Y el cuero que calentó nuestros dientes sorbidos, y las plumas que te vistieron cuando eras muda, estarán en la electricidad que hoy armamos. A la cual siempre podremos regresar con el triunfo de haber andado juntos un pedazo de la recta.

Por esta necesidad, hoy me siguen creciendo las uñas y los cabellos. Y quedarme callado sería condenar la energía a esa seriedad que es la condición de estatuas y burócratas.

Yo crezco en esta línea, en todas estas líneas que se atenazan a la única recta que es la que nos permite mirarnos entre todos. Y saber, incluso en el solipsismo de la desconfianza, que detrás del mar hay otra tierra, donde también crecen uñas y cabellos, y personas y arroz. Y los colores y los sonidos no son capaces de hacer uno el solo pensamiento.