No quiero esconderme más en las palabras. Hoy quiero ser explícito.
No es que se nos haya acabado lo que tenemos que decir. No es que no haya necesidad de decirlo. Es que, digamos lo que digamos, nunca va a poder ser lo que queramos que se diga. Ningún símbolo puede ser representado por dos imágenes idénticas en los cerebros de dos individuos que los perciban. No hay homología entre lo que se piensa y lo que se expresa. Toda comunicación es una mentira, una exageración, una sutileza, un error. Todo: todas las palabras, las líneas, los números y cualquier onda que quiera hablar. Wall Street, el amor, la muerte, la guerra civil, el orgasmo, las cuarenta páginas de mi electroencéfalograma. Hasta esto, que ni mucho fuera.
Pero el silencio también miente. Ni siquiera callar vale la pena.
Por eso hoy quiero ser explícito. Porque siento la necesidad de decir que te quiero. Quiero decir "digamos que te quiero". Con toda la veracidad de una fotografía. Digamos que te quiero con toda la veracidad de una fotografía. Digamos que estoy enamorado de todos los puntos que hay entre dos de tus lunares. Que en todos mis viajes recuerdo el arco de tu vientre termal. Y me hago parte de él, como cuando tú masticas las hormigas que salen de mis poros.
Pensemos que (aun esto un cuadrante: un casillero del ajedrez, del cual nos moveremos en algún momento, quizás juntos, quizás solos) nos desplazaremos; nunca tendremos abandono. Habrá lugares adonde podremos volver un poquito, cuando los relojes suenen todos al mismo tiempo. Varios de esos lugares que sólo existen en la materia como mielina.
Y el cuero que calentó nuestros dientes sorbidos, y las plumas que te vistieron cuando eras muda, estarán en la electricidad que hoy armamos. A la cual siempre podremos regresar con el triunfo de haber andado juntos un pedazo de la recta.
Por esta necesidad, hoy me siguen creciendo las uñas y los cabellos. Y quedarme callado sería condenar la energía a esa seriedad que es la condición de estatuas y burócratas.
Yo crezco en esta línea, en todas estas líneas que se atenazan a la única recta que es la que nos permite mirarnos entre todos. Y saber, incluso en el solipsismo de la desconfianza, que detrás del mar hay otra tierra, donde también crecen uñas y cabellos, y personas y arroz. Y los colores y los sonidos no son capaces de hacer uno el solo pensamiento.
No es que se nos haya acabado lo que tenemos que decir. No es que no haya necesidad de decirlo. Es que, digamos lo que digamos, nunca va a poder ser lo que queramos que se diga. Ningún símbolo puede ser representado por dos imágenes idénticas en los cerebros de dos individuos que los perciban. No hay homología entre lo que se piensa y lo que se expresa. Toda comunicación es una mentira, una exageración, una sutileza, un error. Todo: todas las palabras, las líneas, los números y cualquier onda que quiera hablar. Wall Street, el amor, la muerte, la guerra civil, el orgasmo, las cuarenta páginas de mi electroencéfalograma. Hasta esto, que ni mucho fuera.
Pero el silencio también miente. Ni siquiera callar vale la pena.
Por eso hoy quiero ser explícito. Porque siento la necesidad de decir que te quiero. Quiero decir "digamos que te quiero". Con toda la veracidad de una fotografía. Digamos que te quiero con toda la veracidad de una fotografía. Digamos que estoy enamorado de todos los puntos que hay entre dos de tus lunares. Que en todos mis viajes recuerdo el arco de tu vientre termal. Y me hago parte de él, como cuando tú masticas las hormigas que salen de mis poros.
Pensemos que (aun esto un cuadrante: un casillero del ajedrez, del cual nos moveremos en algún momento, quizás juntos, quizás solos) nos desplazaremos; nunca tendremos abandono. Habrá lugares adonde podremos volver un poquito, cuando los relojes suenen todos al mismo tiempo. Varios de esos lugares que sólo existen en la materia como mielina.
Y el cuero que calentó nuestros dientes sorbidos, y las plumas que te vistieron cuando eras muda, estarán en la electricidad que hoy armamos. A la cual siempre podremos regresar con el triunfo de haber andado juntos un pedazo de la recta.
Por esta necesidad, hoy me siguen creciendo las uñas y los cabellos. Y quedarme callado sería condenar la energía a esa seriedad que es la condición de estatuas y burócratas.
Yo crezco en esta línea, en todas estas líneas que se atenazan a la única recta que es la que nos permite mirarnos entre todos. Y saber, incluso en el solipsismo de la desconfianza, que detrás del mar hay otra tierra, donde también crecen uñas y cabellos, y personas y arroz. Y los colores y los sonidos no son capaces de hacer uno el solo pensamiento.
5 comentarios:
loco wn, reconócelo: es bacan el paragua
Qué alegría en la ausencia de tempestad.
Bello mar
Puta si... el paragua es bacán... aunque no era para mi el comentario fue inevitable.
Tito hueón... la mierda de echarle mierda a la comunicación es que no hay otra hueá que esa... o sea todo es comunicación y aunque sea con palabras, gritos, silencio, metáforas, amor, besos, rasguños, cualquier cosa es distinta a la que tu piensas, a la que dices, a la que la otra (o las otras) personas piensan que entienden o piensan que tú piensas que quieres expresar con lo que dices...
En fin, la cosa es que sea como sea es falso o no-tan-verdadero. Y lo otro gracioso, es que no puedas ser explícito. Bueno al margen de lo gracioso que es saberte en ese estado, que me alegra por cierto, pero no deja de darme unas carcajadas... no mentira una sonrisa con raja.
Nos hace falta un vino.
Hay una redención en lo que escribes, una disculpa disfrazada, una máscara rasgada; hay una palabra de esas que surgen del caminar tambaleante, de darse cabezazos con las paredes y las patas de las sillas. Por sobre todo veo un espejo, que es lo que se ve cuando miramos un tejido nacido del simulacro del reflejo, de la mirada del ojo en el ojo sobre esa repisa ilusoria que es el lenguaje. Poner la palabra sin/acer la pregunta, rasgarse la piel con las uñas y los dientes en ese embrollo infinito que es el nombrar... con la sonrisa en el beso nombrar.
La disculpa de las que habla Denis tiene directa relación con la sorpresa que se llevó Toti en el tercer piso del ICEI una noche de toma.
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