sábado, 28 de abril de 2007

NOCTURNO

Sin arpegios, sin respiros, sin una gota de polen,
estás tú y estoy yo, y estamos todos los analfabetos del esperanto,
todos nos hemos quedado callados, siempre entre paréntesis,
hasta el viento tiene más fuerza, el viento trabaja desde hace cuánto tiempo,
desde hace cuánto tiempo el viento mueve los molinos,
levanta árboles y los bota, levanta el polvo y lo vuelve a botar.
Sin botones, sin chalecos, sin una palabra que decir estamos,
porque no sabemos hablar, somos hombre y somos mujer,
viejos todos, y recién nacidos estamos. Es amargo no tener toallas
y congelarse los ganglios al salir de la nieve, cuando salimos;
siempre de vez en cuando, siempre intentando renovar el sabor del vino,
siempre los que queremos hablar, tratamos de mirar al centro de los ojos,
yo quiero mirarte, eso quiero, poder hablar, hablarte, decir algo,
algo importante, no predicar ni lamentarme, sino levantar, como el viento,
levantarte a ti y después levantarme yo, para que cuando estemos todos de pie,
o incluso en el aire, podamos hablar y yo pueda decirte con los ojos cerrados
que te quiero bien hermana, que te aprecio tanto hermano,
que quiero ayunar una vez por semana para que otro pueda tener mis calcetines.
Pero entonces viene el viento, el otro viento, el que nos derriba,
y nos vuelve a dejar tirados en el suelo,
con las pupilas enrojecidas por los glóbulos reventados,
regando como aspersor las piedrecitas de arcilla con que se forman
las avalanchas fúnebres que cubrirán nuestros cuerpos y nuestra voz,
bajo el impenitente ocaso del viento padre.


(Abril de 2007)

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