Ante él, las autopistas concesionadas
tienen sus líneas rayadas con tiza
para recibir al que pase.
Enfrente de él, los escolares se visten de blanco, azul y rojo,
de luto al piso, y se van a los parques
a caminar subiendo, a caminar bajando.
La velocidad larga que refleja,
similar al vértigo del recién nacido,
larga como las plumas en el culo de una vedette rechazada,
larga lonja de cristal, luz en movimiento.
Su velocidad se parece a una muela
cariada, infeliz,
dormida.
Un vaivén cuya gravedad no sé explicar.
De argón, de neón,
las luces prostibularias, las luces de su contorno:
pantallas dentro de las que se mueven los pasos,
dentro de las que hay que aferrarse a una esquina.
Pantallas que se apagan y se ensucian,
divididas en cuadros,
en diagonales, con calles con número, con fecha de fundación,
pantallas como una ciudad.
Arco iris.
Arco triunfal pero no del triunfo,
no hay triunfos para los que suben y bajan,
a menos que sean niños en el balancín,
a menos que los que tienen la cabeza alta
repartan los podios a los sindicatos y se castren entre sí.
Ante la magna visión, los jubilados desempacan el hippismo,
ríen la gratitud nocturna del destiempo.
Ríen por haberse metido en la cama incorrecta.
Una fila de hormigas camina en dirección del arco iris.
Los ciudadanos, febriles y desnudos, se dejan caer
lentamente, uno tras otro, con el peso del humo,
sobre las hormigas,
solamente para subir y bajar por las luces ficticias.
(Julio de 2007)
domingo, 8 de julio de 2007
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4 comentarios:
anarquista culiao
Oye, ¿y pa' qué cambíai formato?...
Tal vez escribo para no romper ¿espejos? con la cabeza, quihubo...
lo corregiste
Claro, suelo hacerlo.
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