Su frente palidece,
enclavada en las muelas de los hielos,
lamida por blandos palos de fósforos.
Deja caer las últimas escarchas de maíz
entre sus dos faldas.
Se enloquecen las puertas
y se cierran los mares. Lejos,
donde terminan
de morir
las colas de sus venas,
una laguna de canoas ruge su primer llanto.
El humo de las brújulas destiñe los envases de comida,
la silueta de la luna
mete sus largos dedos con saliva entre las pestañas de una sonrisa.
Algo se quiebra,
algunos sonríen al horizonte cubierto,
el biombo cruje y trasluce los últimos troncos amarillos.
Ya no hay labios, sólo dientes.
Ya no hay prisa, sólo estancia.
Quedaron sus espadas,
las migajas de la caballería.
Las voces del otro lado aún suenan,
pero ningún satélite puede mezclar cabellos vibrantes.
(Diciembre de 2006)
miércoles, 22 de agosto de 2007
martes, 14 de agosto de 2007
ANHEDONIA
Como todos
los que se inscriben
hacia arriba,
yo tuve un tiempo verde
en que me abracé
junto a mis amigos,
en fila
y nos armamos
longitudinales,
uno a uno,
talón tras talón.
Hace días
que el tiempo es otro,
es craso.
Este año es debilucho
tanto como el pez
que agita su ahogo
en la orilla sola
de una playa virgen.
Esta casa es café
como la mala marihuana.
Este idioma está podrido.
Está húmedo y mohoso.
Estos troncos
son brazos humanos mascados
por termitas alonas
y abiertos a la muchedumbre.
Expuesta su condición
en plazas públicas.
Abrazados
nos gastamos la sangre
igual que
los viejos
afuera de
los cafés
con vidrios polarizados.
Probablemente
comprando en la noche
garrafas de vino indecente,
probablemente
escribiendo en el suelo
otras biografías,
lejos de
los cauces normales
de los ríos
que visitamos
en vacaciones.
Ajeno. Mi cerebro
estuviera flotando
en napas subterráneas
hoy día.
Mis huesos frontales
cubrieran los ojos
de los
recién nacidos
ante los espejos famélicos
de los hospitales.
Pero las fotografías
destilan la misma
colonia inglesa.
Los correos electrónicos
empequeñecieron sin pócimas
sus letras.
Alicia se perdió para siempre.
Y los scherzos
han muerto todas
sus curvaturas.
(Julio de 2007)
los que se inscriben
hacia arriba,
yo tuve un tiempo verde
en que me abracé
junto a mis amigos,
en fila
y nos armamos
longitudinales,
uno a uno,
talón tras talón.
Hace días
que el tiempo es otro,
es craso.
Este año es debilucho
tanto como el pez
que agita su ahogo
en la orilla sola
de una playa virgen.
Esta casa es café
como la mala marihuana.
Este idioma está podrido.
Está húmedo y mohoso.
Estos troncos
son brazos humanos mascados
por termitas alonas
y abiertos a la muchedumbre.
Expuesta su condición
en plazas públicas.
Abrazados
nos gastamos la sangre
igual que
los viejos
afuera de
los cafés
con vidrios polarizados.
Probablemente
comprando en la noche
garrafas de vino indecente,
probablemente
escribiendo en el suelo
otras biografías,
lejos de
los cauces normales
de los ríos
que visitamos
en vacaciones.
Ajeno. Mi cerebro
estuviera flotando
en napas subterráneas
hoy día.
Mis huesos frontales
cubrieran los ojos
de los
recién nacidos
ante los espejos famélicos
de los hospitales.
Pero las fotografías
destilan la misma
colonia inglesa.
Los correos electrónicos
empequeñecieron sin pócimas
sus letras.
Alicia se perdió para siempre.
Y los scherzos
han muerto todas
sus curvaturas.
(Julio de 2007)
lunes, 6 de agosto de 2007
EL OTRO ÁRBOL DE LA MEMORIA
Carta hacia La Frontera
De la memoria pende una rama no muy difícil de resquebrajar,
pero tampoco muy fácil. Es una rama alta y su mugre está iluminada
con todo el brío que el sol entrega antes de rebanarse al traspié.
Hay que alcanzarla para tocarte el hombro por la espalda.
Es necesario que la madera vidriosa de las bandurrias escondidas
me roce los dedos, para rozarte los tuyos y entonces saludarte.
Nadie más que el arrebol final puede acercarme hasta ti,
nadie como él sabe que hay que mancharse de buenas noticias
para poder andar entre lianas con la tranquilidad antigua de las secuoyas.
Entre esas lianas pendo humeante y elástico,
pendo por viajar y recorrerte acuoso en un saludo inocente y sin pretensiones.
Percibo, como un dulce recién abierto, toda la luz moviéndose
cuando habla tu belleza, lejos de los altares y de las maldiciones,
y qué maravilla, qué flores decoloradas van a poder asemejarse a ti
en el momento en que los deseos alumbran el mundo, con sed y con hambre
pero nunca con frío,
qué sutileza es, en fin, capaz de sostener el peso de la Tierra en tu lugar.
Sólo te escribo. Sólo te saludo. Crezco hacia adentro para hacerlo
y aparece la insolente valentía, de la que se han valido para matar todos los hombres,
esa fuerza es la misma que renueva tus días adentro de tus ojos
y da a luz miles de insectos que recorren fútiles, el barro y se mueren.
Pero no morirán tus momentos, aunque recorran caminos ocultos,
y no podrán esconderse de los gritos y de las lenguas tempestuosas,
porque en nadie más que en ellos se nimba la piel con que te tapas todas las noches
haciendo más difícil cada vez tocar la alta rama que cuelga del recuerdo.
(Agosto de 2007)
De la memoria pende una rama no muy difícil de resquebrajar,
pero tampoco muy fácil. Es una rama alta y su mugre está iluminada
con todo el brío que el sol entrega antes de rebanarse al traspié.
Hay que alcanzarla para tocarte el hombro por la espalda.
Es necesario que la madera vidriosa de las bandurrias escondidas
me roce los dedos, para rozarte los tuyos y entonces saludarte.
Nadie más que el arrebol final puede acercarme hasta ti,
nadie como él sabe que hay que mancharse de buenas noticias
para poder andar entre lianas con la tranquilidad antigua de las secuoyas.
Entre esas lianas pendo humeante y elástico,
pendo por viajar y recorrerte acuoso en un saludo inocente y sin pretensiones.
Percibo, como un dulce recién abierto, toda la luz moviéndose
cuando habla tu belleza, lejos de los altares y de las maldiciones,
y qué maravilla, qué flores decoloradas van a poder asemejarse a ti
en el momento en que los deseos alumbran el mundo, con sed y con hambre
pero nunca con frío,
qué sutileza es, en fin, capaz de sostener el peso de la Tierra en tu lugar.
Sólo te escribo. Sólo te saludo. Crezco hacia adentro para hacerlo
y aparece la insolente valentía, de la que se han valido para matar todos los hombres,
esa fuerza es la misma que renueva tus días adentro de tus ojos
y da a luz miles de insectos que recorren fútiles, el barro y se mueren.
Pero no morirán tus momentos, aunque recorran caminos ocultos,
y no podrán esconderse de los gritos y de las lenguas tempestuosas,
porque en nadie más que en ellos se nimba la piel con que te tapas todas las noches
haciendo más difícil cada vez tocar la alta rama que cuelga del recuerdo.
(Agosto de 2007)
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