Regreso a la natural motricidad, más sincera que el sonido de los tambores y el sol sin vidrios.
Estoy de nuevo en las culebras y los tendidos eléctricos,
acá las estaciones del año se sienten diferentes unas de otras. Hoy, por ejemplo, es primavera, no porque lo diga el calendario
sino por los vaivenes de la noche, que abren huecos en mi torso
para que pueda tocarme las costillas.
Acá me meto los dedos en el pecho y palpo
y me saco las uñas yo mismo
para no dañar el vapor que tengo dentro.
He vuelto a estas escaleras de caracol,
a la sangre en la paleta de colores,
a las manos efervescentes del alzamiento.
Por voluntad construida, por convicción dudosa, por los vectores del cielo he vuelto
sin pretender respirar azufre para expiarme, sin querer ver la nieve en los volcanes que me asustaron por mi pequeñez.
Por iracunda humildad regresé, sin afanes calóricos, sin temas propios, sin rubros ni bolsas de lágrimas,
y no espero la adrenalina ni las canas. Y no espero comer frutos dulces. Y no espero profundizar el barro.
Solamente quiero la temperatura de mis hermanas.
(Septiembre de 2007)
miércoles, 26 de septiembre de 2007
miércoles, 19 de septiembre de 2007
PREHISTORIA DE LA TÉCNICA DE HACER JAQUE MATE
(a Juan Manuel Rojas)
I.
Doce golpes, doce monedas,
cualquiera puede contar números.
Al sur de nuestras lenguas,
mandolinas adornan la balada.
Inclusos, ex-huérfanos, hermanos
quisimos ser. Hemos querido
estar contando números y no
barrotes. Tiradas en las calles,
las micros amarillas distraen,
lo mismo que las fajas de hierba.
Desde las cucañas, cucañas del frío,
nuestros nombres se resbalan,
bautizados en dictadura,
la dictadura bautizada en Chicago.
Aprendimos a rezar y a arrodillarnos.
II.
Somos obra de la gran mugre.
Ninguno de nosotros intentó
detener el ritmo de la tierra
veloz, reloj naciente, solar. Mar.
Maestres del horizonte,
preñados de podredumbre,
hediondos, asquerosos, con olor a barro.
Debajo de otro nombre estamos,
pero sabemos contar números,
no nombres. No nombres.
Qué podemos decir del blanco,
de la muerte en los juguetes.
Qué de Fernando Ramírez,
de la tierra prometida, los padres.
De Israel, los abrigos, las pelucas.
Qué podemos decir del álgebra,
mal dibujada, siempre mala,
afiebrada, cínica, estática
como un tótem olvidado doce veces.
Nos enmudecimos entre nosotros,
la cocaína no nos lavó las manos,
nuestros maletines no tienen dólares.
El desamparo, las linternas,
la falta de luz, ¡por Marx!
Nunca hicimos nada por otro,
ni siquiera el mal causamos.
III.
Deberían encerrarnos
hacinados en un portamaletas.
Atemos, ateos, nosotros mismos
nuestras manos, sin jolgorio.
Atémonos las manos, cabros.
Nos esperan las rosas, las tumbas,
nos esperan los ascensores,
las piscinas, las fogatas que se apagan
con escupo, con cerveza,
con los recibos de los impuestos.
Riámonos entre paréntesis
de las banderas en el cuello,
de los marzos y los septiembres.
Ni meses sabemos contar.
A lo mejor, mejoramos mejorías
si nos cortamos los dedos con tenedores.
Eppure si muove, la Tierra. Aisén,
Perú, Pisco, el Sudeste Asiático.
Busquemos allí las tinieblas históricas,
nombremos el subterráneo de
nuestros nombres. Olvido, guerra
a los apellidos, a las consignas
de siempre, a los mares negros,
a las Falanges. Muera Cristo Rey.
Viva Clotario Blest, los libros
se descastan, destruyen sus genes.
Franz Schubert, Alejandra Pizarnik.
Hijos de los hijos, retornos,
combinaciones de metro.
Seguimos estando en casilleros,
seguimos fumando marihuana,
no pararemos de vomitar,
no podemos huir de la huida.
IV.
En una sala de clases estuvimos
juntos, en un colegio republicano,
en las llamas que van a matar.
Vamos a asesinar. Olerán
nuestras uñas a gusanos, a clavel.
Volverán las oscuras golondrinas
a criar cuervos y a sacar los ojos.
Nicanor solventará la democracia
colgando a Bachelet en La Moneda.
Se van a sentar encima de nosotros,
nos van a mear, a cocinar. Y
para preparar la malteada aperitiva
nos sacamos los huevos y los mascamos,
nos rascamos la cabeza y la rompemos.
Aunque estudiemos en la Universidad,
quién sabe contar números.
Si somos todos tan conchesumadres.
(Junio de 2007)
I.
Doce golpes, doce monedas,
cualquiera puede contar números.
Al sur de nuestras lenguas,
mandolinas adornan la balada.
Inclusos, ex-huérfanos, hermanos
quisimos ser. Hemos querido
estar contando números y no
barrotes. Tiradas en las calles,
las micros amarillas distraen,
lo mismo que las fajas de hierba.
Desde las cucañas, cucañas del frío,
nuestros nombres se resbalan,
bautizados en dictadura,
la dictadura bautizada en Chicago.
Aprendimos a rezar y a arrodillarnos.
II.
Somos obra de la gran mugre.
Ninguno de nosotros intentó
detener el ritmo de la tierra
veloz, reloj naciente, solar. Mar.
Maestres del horizonte,
preñados de podredumbre,
hediondos, asquerosos, con olor a barro.
Debajo de otro nombre estamos,
pero sabemos contar números,
no nombres. No nombres.
Qué podemos decir del blanco,
de la muerte en los juguetes.
Qué de Fernando Ramírez,
de la tierra prometida, los padres.
De Israel, los abrigos, las pelucas.
Qué podemos decir del álgebra,
mal dibujada, siempre mala,
afiebrada, cínica, estática
como un tótem olvidado doce veces.
Nos enmudecimos entre nosotros,
la cocaína no nos lavó las manos,
nuestros maletines no tienen dólares.
El desamparo, las linternas,
la falta de luz, ¡por Marx!
Nunca hicimos nada por otro,
ni siquiera el mal causamos.
III.
Deberían encerrarnos
hacinados en un portamaletas.
Atemos, ateos, nosotros mismos
nuestras manos, sin jolgorio.
Atémonos las manos, cabros.
Nos esperan las rosas, las tumbas,
nos esperan los ascensores,
las piscinas, las fogatas que se apagan
con escupo, con cerveza,
con los recibos de los impuestos.
Riámonos entre paréntesis
de las banderas en el cuello,
de los marzos y los septiembres.
Ni meses sabemos contar.
A lo mejor, mejoramos mejorías
si nos cortamos los dedos con tenedores.
Eppure si muove, la Tierra. Aisén,
Perú, Pisco, el Sudeste Asiático.
Busquemos allí las tinieblas históricas,
nombremos el subterráneo de
nuestros nombres. Olvido, guerra
a los apellidos, a las consignas
de siempre, a los mares negros,
a las Falanges. Muera Cristo Rey.
Viva Clotario Blest, los libros
se descastan, destruyen sus genes.
Franz Schubert, Alejandra Pizarnik.
Hijos de los hijos, retornos,
combinaciones de metro.
Seguimos estando en casilleros,
seguimos fumando marihuana,
no pararemos de vomitar,
no podemos huir de la huida.
IV.
En una sala de clases estuvimos
juntos, en un colegio republicano,
en las llamas que van a matar.
Vamos a asesinar. Olerán
nuestras uñas a gusanos, a clavel.
Volverán las oscuras golondrinas
a criar cuervos y a sacar los ojos.
Nicanor solventará la democracia
colgando a Bachelet en La Moneda.
Se van a sentar encima de nosotros,
nos van a mear, a cocinar. Y
para preparar la malteada aperitiva
nos sacamos los huevos y los mascamos,
nos rascamos la cabeza y la rompemos.
Aunque estudiemos en la Universidad,
quién sabe contar números.
Si somos todos tan conchesumadres.
(Junio de 2007)
martes, 11 de septiembre de 2007
AL TORTURADOR
Quédate bien quieto.
Voy a buscar el lápiz y vuelvo.
Vuelvo a enterrártelo en las manos para que no te persignes,
a rayarte en el pecho estas instantáneas confesiones,
a deshojar tu retina de debilidad.
Él no lo impedirá,
no controla nada, igual que tú ahora.
Son mis palabras las que se sientan encima de ti
pero es sólo para cumplir con lo que me trajo hasta acá.
Escucha entonces,
escucha estas palabrotas y siente
cómo se meten en tus arterias
deteniendo el curso de tu sangre.
No existe sU voluntaD.
Ahora estamos los dos solos.
Yo sobre ti, mis palabras.
Tú congelado, disciplinado por tu enemigo, el invisible.
Te voy a enseñar mi vida.
Sostengo en mi mano izquierda tu corvo de combate,
ese que tiene el relieve de un famélico hombre
asesinado hace dos mil años,
esta herramienta de tu oficio
que conoce las membranas más hondas
de los estómagos acuáticos,
vidrio hermano del riel submarino.
Sujeta tus dientes
porque con tu corvito regalón, te voy a partir la pija en dos.
Orina los algodones ensangrentados,
mira que ahora tienes dos glandes y dos prepucios
y tu vara castigadora entera
dividida en dos mitades.
Te voy a meter la negra picana grasosa
en el hueco que quedó al medio de tus dos picos.
No te voy a descargar electricidad,
la enchufé a la máquina de escribir.
De allí voy a teclear los tres mil nombres, los treinta mil.
A ver si esa cadena prolongada
desentierra los recuerdos hachados
y te reactiva el pulso perdido.
Te voy a teclear los nombres de los que
se deshicieron sin lágrimas,
áridos por los golpes en las palmas de las manos
y en las plantas de los pies.
Quienes murieron sus cuerpos y sus venas y sus uñas
y fueron incendiados en piras subterráneas junto con libros y ojos,
todo esto en un pedacito de siglo
en los rincones capitalinos habitados por ratas cómplices,
en los espacios vacíos donde los gritos no se multiplican por dos
sino por diez,
por cien, en los secretos cuarteles de la patria NN(uestra),
donde las murallas que fueron testigos de mutilaciones en serie
hoy se expían por haber coagulado tu sudor
y el de tu crucifijo enlutado.
(Diciembre de 2005)
Voy a buscar el lápiz y vuelvo.
Vuelvo a enterrártelo en las manos para que no te persignes,
a rayarte en el pecho estas instantáneas confesiones,
a deshojar tu retina de debilidad.
Él no lo impedirá,
no controla nada, igual que tú ahora.
Son mis palabras las que se sientan encima de ti
pero es sólo para cumplir con lo que me trajo hasta acá.
Escucha entonces,
escucha estas palabrotas y siente
cómo se meten en tus arterias
deteniendo el curso de tu sangre.
No existe sU voluntaD.
Ahora estamos los dos solos.
Yo sobre ti, mis palabras.
Tú congelado, disciplinado por tu enemigo, el invisible.
Te voy a enseñar mi vida.
Sostengo en mi mano izquierda tu corvo de combate,
ese que tiene el relieve de un famélico hombre
asesinado hace dos mil años,
esta herramienta de tu oficio
que conoce las membranas más hondas
de los estómagos acuáticos,
vidrio hermano del riel submarino.
Sujeta tus dientes
porque con tu corvito regalón, te voy a partir la pija en dos.
Orina los algodones ensangrentados,
mira que ahora tienes dos glandes y dos prepucios
y tu vara castigadora entera
dividida en dos mitades.
Te voy a meter la negra picana grasosa
en el hueco que quedó al medio de tus dos picos.
No te voy a descargar electricidad,
la enchufé a la máquina de escribir.
De allí voy a teclear los tres mil nombres, los treinta mil.
A ver si esa cadena prolongada
desentierra los recuerdos hachados
y te reactiva el pulso perdido.
Te voy a teclear los nombres de los que
se deshicieron sin lágrimas,
áridos por los golpes en las palmas de las manos
y en las plantas de los pies.
Quienes murieron sus cuerpos y sus venas y sus uñas
y fueron incendiados en piras subterráneas junto con libros y ojos,
todo esto en un pedacito de siglo
en los rincones capitalinos habitados por ratas cómplices,
en los espacios vacíos donde los gritos no se multiplican por dos
sino por diez,
por cien, en los secretos cuarteles de la patria NN(uestra),
donde las murallas que fueron testigos de mutilaciones en serie
hoy se expían por haber coagulado tu sudor
y el de tu crucifijo enlutado.
(Diciembre de 2005)
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