¡Oh vino que enviudó de esta botella!
(CÉSAR VALLEJO)
Donde la igualdad se cuadricula,
donde los oídos abandonan sus músculos
y los diarios titulan en blanco.
Donde los lirios se estrujan y se van a alguna parte
y entonces uno se da cuenta que hay un lugar, que no es lugar
y hay voces
y
hay un color más blanco que el de cerrar los ojos para pestañar.
En la zona de los monumentos no hay nombres por estos días,
los adjetivos malevos se transformaron en un rompecabezas sin piezas.
Se ha destruido el olor de las flores.
Camarada. La isla nunca estuvo tan cercana hasta que
corriste, volaste, nadaste
y dejaste de correr y dejaste de volar y dejaste de nadar.
Ahora nosotros, en ceros y unos, escuchamos un piano,
leemos poemas
y reemplazamos las palabras por asteriscos.
Ahora nos rascamos la espalda con languidez
porque no hay otra fuerza que la de tu compañía
y nunca volverá un avión que vea la Cordillera de los Andes desde la altura de esta ciudad junto a la velocidad atroz que martilla la gravedad.
Nos preguntamos algunas cosas
que la temperatura no puede contestar.
¿Por qué habiendo tanto mar alrededor
tuvo que construirse una piscina?
¿Por qué los albatros niegan sus alas para hacerte volver?
¿Cuántas fábricas suspirarán tu ausencia
para marcar esta desventura en su producción?
No habrá manifiestos ni fibras de ampolletas
que logren oscurecer el interior de las gargantas.
La boina que esculpió José Delarra
te está dando el mismo abrazo que nosotros quisiéramos darte.
Pero no hay mayor quietud que la que ahora te contiene,
ni en el fondo de las copas ni en los lápices sin tinta.
Este es un punto final que no terminará de escribirse.
Esta es la Universidad Central de Las Villas,
ahí nos quedaremos con la antítesis de tu cadáver
en la rompiente total de la dialéctica.
(Octubre de 2007)
(CÉSAR VALLEJO)
Donde la igualdad se cuadricula,
donde los oídos abandonan sus músculos
y los diarios titulan en blanco.
Donde los lirios se estrujan y se van a alguna parte
y entonces uno se da cuenta que hay un lugar, que no es lugar
y hay voces
y
hay un color más blanco que el de cerrar los ojos para pestañar.
En la zona de los monumentos no hay nombres por estos días,
los adjetivos malevos se transformaron en un rompecabezas sin piezas.
Se ha destruido el olor de las flores.
Camarada. La isla nunca estuvo tan cercana hasta que
corriste, volaste, nadaste
y dejaste de correr y dejaste de volar y dejaste de nadar.
Ahora nosotros, en ceros y unos, escuchamos un piano,
leemos poemas
y reemplazamos las palabras por asteriscos.
Ahora nos rascamos la espalda con languidez
porque no hay otra fuerza que la de tu compañía
y nunca volverá un avión que vea la Cordillera de los Andes desde la altura de esta ciudad junto a la velocidad atroz que martilla la gravedad.
Nos preguntamos algunas cosas
que la temperatura no puede contestar.
¿Por qué habiendo tanto mar alrededor
tuvo que construirse una piscina?
¿Por qué los albatros niegan sus alas para hacerte volver?
¿Cuántas fábricas suspirarán tu ausencia
para marcar esta desventura en su producción?
No habrá manifiestos ni fibras de ampolletas
que logren oscurecer el interior de las gargantas.
La boina que esculpió José Delarra
te está dando el mismo abrazo que nosotros quisiéramos darte.
Pero no hay mayor quietud que la que ahora te contiene,
ni en el fondo de las copas ni en los lápices sin tinta.
Este es un punto final que no terminará de escribirse.
Esta es la Universidad Central de Las Villas,
ahí nos quedaremos con la antítesis de tu cadáver
en la rompiente total de la dialéctica.
(Octubre de 2007)
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